lunes, 30 de mayo de 2016

La conocí en el autobús






Hay gente que nace con algo especial, que con solo mirarle una vez, sabes que quieres estar cerca, que trasmiten buen rollo, que llama la atención con una sonrisa, quieres escuchar todo lo que diga con decir nada más que una palabra, no pretende ser el centro de atención pero siempre lo es.

Pues eso me paso cuando conocí a Lucía, la primera vez que la vi. Fue en el autobús que cogíamos siempre para ir al trabajo. Estuvimos medio año coincidiendo sin hablar, hasta que un día comenzó a darme los buenos días. El primer día que me lo dijo me sorprendió un poco, nunca pensé que se hubiera fijado en mi. No se porque debía extrañarme al fin y al cabo cogíamos el mismo trasporte todas las mañanas y algunas tardes también nos encontrábamos.
Poco a poco fuimos entablando una amistad, nos contábamos cosas del trabajo, de nuestras familias, nuestros hobbies, intercambiamos los teléfonos, cuando nos pasaba algo por lo que no íbamos a poder vernos esa mañana, nos mandábamos mensajes.
Pasados unos meses terminé sintiendo algo por ella, y no era nada raro, si no fuera porque era la primera vez en mi vida que me sucedía algo así, no enamorarme, sino enamorarme de alguien de mi mismo sexo.

Al principio me sentía extraña y le daba muchas vueltas, pensaba que probablemente tan solo sentía cariño, si la conociérais como yo, sabríais que era fácil que esto pasara. Los primero días me lo negaba a mi misma. Cuando salía de fiesta, intentaba ligar con tíos, una noche me lie con un chico, cuando nos besábamos mi cabeza pensaba en Lucía, imaginando que eran sus labios. Me emborrachaba tan solo para no pensar en ella, me miraba en el espejo y me decía a mi misma que eso se me pasaría, que tan solo la había cogido cariño por como era. Mi carácter empezó a cambiar como si estuviera enfadada con el mundo, incluso algunos días salia antes de casa para que no coincidiéramos. 
Pasaban los días y era tontería intentar negarlo, tenía ganas de verla en todo momento, me ponía nerviosa cuando estábamos cerca, sentía las típicas cosquillas en el estomago cuando me rozaba, no podía dejar de pensar en ella, me acordaba de su perfume cuando no nos veíamos, Muchas veces me sentía ridícula por sentir todas estas cosas. Viendo que era imposible negar  que me había enamorado de una chica, pensé que era una tontería mi comportamiento, si hubiera sido un chico no habría hecho tantas estupideces para negar mis sentimientos ¿qué hay de malo en querer y amar a una persona?

No estaba segura si ella sentiría lo mismo, aunque ya nos conocíamos más que suficiente, nunca habíamos hablado de nuestros gustos sobre chicos o chicas, así que en principio decidí callarme y no decirle nada sobre mis sentimientos.
Pero una vez más Lucía iba a sorprenderme, estando en el trabajo recibí un mensaje suyo, que necesitaba verme y hablar conmigo, me citaba en una cafetería donde algunas veces habíamos estado antes de volver a casa. 
Estaba de los nervios ¿Qué quería contarme? ¿La habría pasado algo? ¿notaria algo en mi comportamiento? Llegué después que ella, cuando la vi sentada esperándome comenzaron los nervios de verdad, me temblaban hasta las pestañas y las manos no me paraban de sudar. 
Me senté frente a ella, estaba cabizbaja, como si le diera vergüenza mirarme. Le agarré las manos consiguiendo que me mirase a los ojos y una bonita sonrisa brotó de su cara.
Y entendimos todo sin ninguna palabra. A veces las palabras no son necesarias y otras no son suficientes, no soy capaz de describiros con palabras lo feliz que me sentí en ese momento.

sábado, 7 de mayo de 2016

Relato: Recuerdos.



Llega el verano y con él las noches calurosas. Me pongo melancólica en noches así, ver a la gente paseando o en algún banco comiendo pipas, o con helados que les refresque. Da igual dónde viva ahora, cómo sea mi vida en estos momentos, estas noches siempre me recordarán a mi adolescencia.

Me trasporto a la casa de mis padres, a mi habitación, con sus posters, sus fotos con los amigos, se escucha de fondo la televisión del salón, con la única preocupación de qué haría al día siguiente, qué cosas viviría y disfrutaría. Esas noches con su olor especial, un ambiente que no soy capaz de explicar, de paz, de tranquilidad. Escuchando a los grillos, los aspersores que riegan la hierba, podía cerrar los ojos y era capaz de notar esa humedad, el césped haciéndome cosquillas en los brazos, el cuello, notar la humedad en la ropa, cómo se me eriza el vello, ese olor tan especial de verano que entraba por la ventana, siempre lo tendré en mi memoria.

Recuerdo sentarme en la terracita de mi habitación con los cascos, mientras miraba el cielo cubierto de estrellas, con mi cuaderno y mi bolígrafo, imaginarme y escribir millones de historias diferente, mundos increíbles, imaginaba también cómo sería mi futuro, cómo iba a ser mi vida dentro de unos años. 
Todas esas pequeñas cosas, esas noches de verano, me hacían sentirme libre, feliz, sin miedo a nada. Daría cualquier cosa, lo que sea, por vivir una vez más una de esas noches que yo sentía mágicas y maravillosas y que cada verano vuelvo a recordar y sentirlas en mi piel.